México es la ciudad en donde lo insólito sería que un acto, el que fuera, fracasase por inasistencia. Público es lo que abunda, y en la capital, a falta de cielos límpidos, se tienen, y a raudales, habitantes, espectadores, automovilistas, peatones.
Carlos Monsiváis.
En la siguiente reseña sobra decir que Carlos Mosiváis es uno de los cronistas más virtuosos, ingeniosos e inteligentes que ha tenido México. No cabe ni siquiera enjuiciar su estilo. En tiempos en los que el periodismo está sumergido en su propia crisis no sería malo que los futuros periodistas regresen, lean, huelan y aprendan lo que “Monchi” (si me permiten el atrevimiento y la osadía de ser un igualado) dejó en las paginas de Los rituales del caos. Sólo por mencionar alguno.
El conjunto de textos expuestos por el progenitor de la crónica contemporánea en México es, en parte, la radiografía del México actual. Su crítica mordaz, su imprudente sarcasmo y la vigencia perpetua nos hacen identificarnos con una o con muchas de sus historias…
La formalidad en los textos de Monsiváis no cabe. No escribe en papel, escribe en la banqueta. Es el que visitó la fayuca y no juzgó, sino que hasta compró, el que se metió en las vecindades y asistió a los conciertos de Luis Miguel por el puro afán de saber cómo se vive en esos lugares, en qué cree un mexicano de a pie y lo que le importa o no, lo que piensa, cuándo lo hace y cómo, su comportamiento en masa es distinto al que tienen en sus extraños rituales sociales. “Monchi” bailó en las fiestas del tocayo Fuentes, pero también en los Tibiris de Tepito, eso le permite ser un escritor plenamente empático con la situación de la raza y por supuesto ser un periodista que sabe contar sin la necesidad de transcribir los boletines de prensa, robar la nota, falsificar una entrevista… en fin, un periodista y ya.
Los rituales del caos, son en si mismo un compendio de frases reales, divertidas, llenas de hipérboles, parábolas (literalmente) y verdades divertidas sin serlo. La explicación de la sociedad de los setentas hasta casí los noventas. Los temas que van desde lo más “efímero” hasta lo más “culto” la vida del mexicano en el amor, el ligue y la prominente clase media a la que se refiere en gran parte de sus crónicas, y es que la conoce tan bien que sabe de qué pie que cojean, sabe qué leen, a dónde aspiran viajar, qué pretenden ser. La peor clase social, porque ven de cerca a los pobres y de lejos a los ricos. La pretensión de las personas que leen la revista Hola.
Julio Cesar Chavez, el Santo y su olor a pueblo similar al que tiene el Metro, El Ángel, que no es ángel sino “Ángela”, los mexicanos que corren al rededor de ella cuando México pasa al mundial, esos lugares en los que nos codeamos con el presidente mientras celebramos un gol de la selección mexicana,los monumentos que nos hacen patriotas, los bustos esparcidos por la ciudad y las obras que presumimos al exterior y las que admiramos sin conocer. Nuestras ganas de pertenecer. De apropiarnos esas glorias ajenas, en fin, nuestros rituales.
Mención aparte para las dos crónicas sobre el Metro, en donde Monsiváis nos muestra que seguido se bañaba en los ríos de personas que uno sólo encuentra debajo de la tierra, conocía hacia dónde corre el flujo de las masa en los andenes, la manera de organizarse en el transporte, lo que hablan, cómo lo dicen, en qué forma lo cuentan y la terrible manera de quedarte a medio “chisme”, siempre a la mitad, porque el Metro no espera y abre sus puertas cuando las comadres están a punto de decir el núcleo de la historia, porque algo es seguro; nos gusta escuchar la vida de otros y mejor si no conocemos a ese otro, que malo que le pase a él y que bueno qué no me pase a mí, ahí, en ese desconocimiento, nace el néctar del chisme, dulce y delicioso chisme. Mención aparte para la forma tan sutil de describir el ligue, el arrimón y el repegón en los vagones del metro, en el que ya merecería una crónica actual sobre el “arrimón consensuado” .
Parecería que el libro se escribió ayer, sin embargo tiene 21 años rondando de aquí para allá, como su autor, yendo de la Roma a la Guerrero, del Salón México hasta Catemacola. De las manos de coleccionistas de antigüedades hasta las manos de los hombres que validan el fracaso o santifican el éxito. Nadie mejor para bailar con la ciudad, tomarla de la cadera, cambiar de ritmo, dar un par de vueltas y caer voluntariamente en sus trampas salvaje. Nadie mejor para escribir nuestros rituales. Nadie mejor para saber que somos y seguiremos siento tan perpetuos como la vigencia de Carlos Monsiváis.
Gracias por seguirme, leer y compartir.
Otros cuentos
Otras Reseñas
Otras Fotohistorias
Pingback: De la ortografía se encarga mi secretaria. – laplumatienepermiso