Tenía un sueño recurrente. Esa semana lo tuvo todos los días. Tanto, que al despertarse recordaba la misma escena de siempre; ella iba hacia él y todo era más reconfortante.
Algunos días pasaba recordando la frase que ella le decía; “Debes saber que eres todo lo que necesito” . El escenario era un parque, con un reloj gigante en el centro en donde paseaban tomados de la mano mientras de fondo, una canción de Coldplay.
En su último sueño, ella aparecía en una calle empedrada, con casas coloniales escoltando a turistas. De pronto la vio caminar a su lado.
Tenía un vestido azul, un listón blanco sujetando su cabello ondulado y todo era enmarcado por su sonrisa. La vio feliz y sus ojos brillaban, como siempre.
Ella se paró a su lado y comenzó a llamarle a un un hombre alto, con barba bien recortada, entre mirrey y hipster, tanto que él se sorprendió.
Por fin estaba con alguien que parecía salir en la tele o en un comercial de perfumes caros, como siempre lo había querido.
La mujer llamaba al hombre de la barba. Corrió hacia él ofreciendo su mano. Cuando la sujetó, la llevó hasta su pecho y le dio un abrazo mientras ella recostaba su rostro en su torso atlético.
La pareja de enamorados vieron al protagonista del sueño, pero siguieron de frente. Según cuenta, ese fue el único sueño en el que ella no lo reconoció, a pesar de que siempre lo hacía. Al sentirse fuera de lugar comenzó a reconocerse. Miró sus manos arrugadas, las palmas de sus manos. Sí era él, estaba ahí, pero lo atormentó no poder responder; ¿Por qué no lo reconoció?
Hasta en los sueños, él tenía mucho orgullo, así que se fue, no lloró ni hizo muecas, sólo sonrió con mucho ardor en los labios.
Ese momento le sirvió para acomodarse en la cama. Giró pero el sueño continuó. Entró de nuevo en las calles empedradas y ya comenzaba el atardecer. Caminó y entró a un callejón. La escuchó. La risa escandalosa que le caracterizaba rebotó en las paredes. Pasó a su lado y gritó; -¡corre!-. Lo repitió un par de veces y él, como siempre, lo hizo.
Se tomaron de las manos y siguieron de frente. Los tobillos de ambos gritaban maldiciones por el empedrado pero en los sueños hasta sin pies se puede correr.
En muy poco tiempo ya estaban en una fiesta, seguían tomados de las manos y caminaron hasta un jardín donde había muchos jóvenes, estaban formando un círculo, era claro que miraban algo en el pasto.Ella no dejaba de sonreír. Se acercaron para ver que era lo que hacían ese grupo de jóvenes.
En la escena, un hombre le daba sexo oral a una mujer en su pubis depilado. La mujer lo tomaba de la nuca mientras le pedía a otro hombre su miembro. Todos observaban y el morbo se convertía en una religión. Cuando la mujer estaba en el éxtasis, una de las mujeres que miraba, colocó cocaína en la vagina de la mujer excitada. Hombres y mujeres comenzaron a hincarse para aspirar.
Los protagonistas del sueño ya se habían soltado las manos. La escena los inquietó, aunque a ella no se le quitaba la cara de alegría, entonces dijo: Quiero intentarlo. Bajó su vestido y el sueño continuó.
Cuando desperté, decidí nunca volver a escuchar sueños ajenos, es por salud mental.
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