Estaba parado delante de la línea amarilla en el andén de Tacubaya, una señora golpeó mi codo, mi codo cumplió las leyes de la física y mi celular cayó a las vías del metro.
La desgracia no pudo ser peor, un celular seminuevo con información importante y fotos inapropiadas, pero utiles para mi, se encontraba acostado en los durmientes de madera.
Para toda mi generación era una tragedia, fue como ver mi mano derecha tirada y a punto de ser aplastada.
La gente me veía con compasión, otros con sorna. Murmuraban y hacían expresiones de lástima.
Pensé en saltar a las vías, pisar los maderos con cuidado, rescatar el celular y regresar, todo eso antes de un minuto y sin electrocutarme, sin embargo, mi falta de ejercicio me hizo pensar dos veces en esa opción. El tren no tardaba en llegar.
La otra forma era ir a solicitar que cortaran la electricidad de las vías para que pudiera rescatar el celular, sin tanto riesgo.
Esta forma de rescate tenía un problema gigante, no iban a privilegiar mi necesidad por la de todos los demás, pues se retrasarían en su viaje, aunque ¿por qué no lo harían? si así lo hacen cuando alguien salta a las vías y sacan su cuerpo.
La tercera opción surgió mientras pensaba en las otras dos. Un joven se paró junto a mi y me propuso rescatar el aparato por la módica cantidad de 500 pesos, lo que representaba dos días de mi sueldo.
El muy cínico me dijo que si yo saltaba me podría morir y si no lo hacía él esperaría a que yo me fuera para sacarlo. “Así de huevos”, amenazó.
La opción A estaba descartada, mi miedo a morir electrocutado era muy grande. En cuanto a la solución B, se había ido desde que el niño-joven me chantajeó.
Algo en mí sabía que en cuanto fuera a pedir ayuda a los oficiales, el muy hijo de la chingada se iba a brincar, tomar el móvil, regresar y perderse entre la gente.
Alternadamente, miraba el inicio del túnel y mi celular. El convoy no venía. Trataba de pensar en todas las opciones, pero mi cerebro sin cafeína es un galgo dormido.
Como sea sabía que en cualquiera de las tres opciones salía jodido.
Dejar que mi celular fuera aplastado, ir con el policia y arriesgar a que el chaca se llevara mi celular o pagarle por el rescate, esas eran las opciones.
Una vez más la vida me tenía donde le gusta tenerme, en ese lugar en donde siempre pierdo. Del metro, ni sus luces.
Habían pasado apenas dos minutos y el pasillo estaba abarrotado. Yo era el entretenimiento más grande para toda esa masa de gente.
De pronto una voz en la bocina que estaba a un costado del letrero de “No Fumar” me dió la solución y actué. Luego el metro se detuvo.
Más información para saber qué pasó luego de que se detuvo el metro
Aquí la respuesta. No fue para tanto, todos tenemos el derecho de ganar lo justo por nuestro trabajo, aunque si en ese proceso no afectamos anadie pues es mejor.
Gracias por seguirme, leer y compartir.
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De niño quería ser Batman, más grande quise ser veterinario y termine siendo
Carlos Alberto, Cortés Torres