La soledad siempre se acentúa

¿Recuerdas cuando te rompieron el corazón y te quedaste solo? Primero hiciste actividades que no te gustaban.

Ibas a tomar fotos y café con amigos que nunca lo fueron. Guardabas imágenes en tu celular con frases de Mario Benedetti; “la culpa es de uno cuando no enamora”, las leías en voz alta para convencerte de ello.

Llorabas en la noche nomás de acordarte la manera tan vil -para ti- de cómo se fueron olvidando de ti.

Llegó un largo ayuno. No querías saber de mujeres, ni de novias, ni de nada que tuviera que ver con una vagina, aunque tu cuerpo deseaba una.
Te preguntabas cuál era tu vida antes de involucrarte en esa pinche relación que aún te dolía, pero no encontrabas respuesta. ¿Ya la encontraste?
En los meses que vinieron después, llorabas como un niño berrinchudo, pero tú decías que era llanto lleno de dolor.

El sexo vino a sustituir a la soledad

¿Te acuerdas cuando esperabas la llamada que nunca llegó o suponías el encuentro milagroso en una ciudad de 20 millones de habitantes?, sin duda eras un ridículo, quizá aún lo eres.
Por fin el sexo te venció y tuviste que ceder. Conseguiste a una mujer y mentiste solo para llevarla a la cama. Te llegó la culpa y preferiste dejarla que seguir mintiendo.

Después te hiciste de otra y la dejaste en cuanto te dijo que era cristiana. A la siguiente le dejaste de mandar mensajes cuando mencionó que te parecías a su exnovio.
Una más llegó y su risa escandalosa te irritaba tanto que la bloqueaste del WhatsApp después de llevarla al motel.

En una fiesta conociste a una doctora con pechos grandes y le dijiste que la llamarías, pero nunca lo hiciste porque pensabas que las doctoras tendían a ser infieles.
Leías ensayos sobre el amor y en cada libro entendías que eso a lo que llaman amor no llegaba ni a ser un sentimiento, mucho menos un impulso, sino un instrumento que ayuda a las personas a no vivir en soledad. En definitiva fuiste olvidando esa palabra y su significado.
Te presentaron a mujeres de todo tipo; altas, delgadas, con caderas amplias, de nombres comunes y nombres raros, pero nada.
Mientras tanto seguías saliendo con las mujeres de tu trabajo, aunque siempre les encontrabas un defecto y huías, era absurdo, porque las personas somos lo que somos gracias a nuestros defectos.
Lo solo que estabas les preocupaba a todos, pero después de tres años de estar así, tú ya habías dominado al monstruo que pocos domestican, la palabra solo ya no te incomodaba.
Siempre había quien te siguiera y siempre había a quien le podías negar tu atención, tu sexo, tus besos y dar tu encantadora forma de abandonarla después de coger.

Fue así como llegó la “Rubia“, una mujer que decía ser correctora de estilo, de origen ruso que creció en Monterrey y desde hace 3 meses radicaba en la capital. Hablaba tres idiomas y el inglés era su fuerte. Se había incorporado a tu área de trabajo.

Era alta, con pechos pequeños, gran intelecto, glúteos firmes, con una casa en las lomas y le gustaban los tacos.

Su café lo preparaba con leche de coco y no creía ni en el matrimonio ni en el capitalismo.
Sus ojos color miel se aparecían en tus sueños, de eso seguro que te acuerdas. No tardaste mucho en invitarla a salir, después de todo, el hablarle a las mujeres ya no era un problema para ti, sino una especialidad.

Fue así que por fin alguien te interesaba, después de tanto había una mujer que te retaba intelectualmente.

La verdad es que estabas enamorándote, como no te había pasado antes y antes de lo de antes.

Ya no le ponías pretextos a nada, ni a su acento rusonorteñochilango, ni a su risa explosiva cuando contabas un chiste. La Rubia cumplía lo que tú buscabas.

Una noche la vida te recordó la posición que debías de ocupar, te lo dijo de una manera tan sutil que te quedó claro, pues no te haz vuelto a mover de ese lugar.

Aquella luna ambos cenaban en tu departamento, escuchaban a Joaquín Sabina, bebían cerveza holandesa, hablaban de libros y de ustedes. De tu necesidad por tener amor y su necesidad de tener protección.

Hasta esa noche no habían tenido sexo, pero por fin, lo que habías planeado durante semanas mientras te bañabas, se iba a cumplir.

La plática la llevó a debatir sobre si la palabra “solo” debería tildarse y porqué la RAE le había quitado el acento.

Pensaste un momento y asumiste que el contexto determina la manera en la que nos expresamos en un lugar y tiempo, pero decidiste no discutir y fuiste por más cerveza al refrigerador.

Al volver, la Rubia te dijo que eras la persona más inteligente que había conocido, espero el cumplido de vuelta, pero se te hizo de mal gusto responder un cumplido con otro.

Después tuvieron sexo aunque ella aseguró que fue hacer el amor. Al terminar el clímax pensaste que era el momento de madurar, aprender y sanar, por fin sanar.

Volviste a la cama y después de sudar como locos y gritar como lobos, sentiste el mismo vacío en tu cuerpo, ese, el de siempre.

Supiste quién eras antes de todas las relaciones y por qué no podías dejar de serlo. Somos lo que somos, lo dijiste en voz baja.
Sin más, te levantaste de la cama, bebiste un poco de cerveza, buscaste su mirada de maple y dijiste; “¿sabes?… no importa si la palabra Solo ya no se acentúa, la realidad es que al final regresará, pues todos sabemos que la soledad con el tiempo siempre se acentúa”.
Y esa madrugada fue la última para ambos.


Gracias por seguirme, leer y compartir.

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