Siempre existe un último día – La Pluma Tiene Permiso

Cuantos recuerdos de días tan claros. Hoy fue un día con lluvia. Sin mucho chiste, con poca vida. Un domingo aburrido. Otro en el que te extraño. Recibí un mensaje tuyo, era de trabajo, nada como los de hace un año o hace dos.

El día uno. Ése en el que nos besamos al terminar una película. Te veías tan bien. Recuerdo que comimos tacos y te regalé flores, un ramito muy tísico, nunca había regalado flores, lo sabes. Nunca a nadie. Regresar a mi casa a media noche y preguntarme en qué sería de nosotros. El día dos, ese en el que comenzamos a caer. Te entregaste y me entregué.

Día 365. Una fecha especial. Seguías hermosa como en el día uno. Me veías con tanto amor. Te abrazaba con fuerza. Estábamos enamorados. Éramos correspondidos , éramos afortunados. Un conjunto de días felices y seguía preguntándome qué será de nosotros. Te veía como a nadie y de nuevo flores.

Día 630. Estábamos cansados, muchas enfermedades, pocos triunfos y seguíamos juntos. Reíamos juntos. Te miraba como a nadie, estaba contigo y tu me acompañabas. Tu mano y mi mano ya necesitaban algo más, salir de esas tormentas fue heroico.

Una mujer tan valiente y fuerte como pocas. Mi apoyo, mi freno en lo inoportuno de la vida, mi hombro para llorar y para recordar. Seguir adelante. Bicicletas y risas. Fotografías y tus ojos, esos a los que les di mis mejores tomas en la carretera. Un regalo. Palabras sin hablar. Seguía con la misma pregunta, sobre todo a la hora de terminar en medio de tus piernas.

995 días y ya no estás aquí. Se fueron tus ojos, la presencia que daba calma, los besos que despertaban, las caricias que motivaban, tu risa que era mía y mis impulsos que siempre te apropiaste.

Hoy ya no estás, y yo tampoco, al menos no al que conociste. El que te regaló flores, con quién comiste tacos y reíste hasta quedarte dormida. Ya se fue, no porque quisiera irse sino porque entendió que tú estabas mejor sin él. El que te prometió tantas cosas y fue un cobarde para llamarte, encontrarte y traerte de regreso. El hombre con mil secretos. El misterioso. El que siempre encontró sus momentos de inspiración recostado en tu cintura. El que te veía como el final y te amo con todo lo que tuvo.

Hoy ya no está. Te escribe a escondidas y te lee cada que no sabe con quién hablar, aunque prometió ya no hacerlo, pero sabes mejor que nadie que ese hombre que te ama, nunca cumple sus promesas.

Hoy, deberíamos de estar juntos, pero a la vida no le gusta el deber ser. Hoy sentí que debí de estar contigo y seguir consintiendo tus caprichos, tus antojos y tus malos gustos en el cine. Pero estaríamos juntos y esa idea resulta cada día más inútil para ti, tanto que la tristeza ya más bien es nostalgia. La esperanza me suelta de la mano y ni mis lágrimas la conmueven.

Hoy se terminó mi tiempo. Te pediría un año más, pero sé que ya no me puedes dar ni un momento más, en fin, siempre existe un último día y sigo preguntándome qué será de nosotros.

 

Billy, como Billy Idol – La Pluma Tiene Permiso

Cuando era niño enfermé de hepatitis, las vecinas decían que era porque era muy enojón, mis tías decían que era porque me metí en una alberca donde estaba la enfermedad, lo cierto es que el doctor me dijo que tenía que descansar en absoluto por 6 semanas y comer todos los dulces que pudiera. Un sueño hecho realidad para un niño de 9 años. 

Recuerdo que acababa de empezar el año escolar y no hubo problema en faltar tantas semanas a la escuela. Para ese entonces, mi mamá y yo rentabamos un departamento en la colonia Sifón. Era un departamento en el quinto piso, pequeño y cálido.

Una de las ventanas daba hacía un jardín lleno de rosales y plantas de sombra. Del otro lado se podía ver el patio de una primaria y una avenida en donde los miércoles y sábados se ponía un tianguis.

Las primeras dos semanas fueron muy cómodas para mí, despertaba casi al medio día, comía el desayuno que mi mamá me preparaba y tomaba un puñado de caramelos macizos, luego encendía la televisión y veía caricaturas hasta las 7 pm. hora en la que llegaba mi madre de trabajar.

La semana 3 y 4 fueron un infierno, pues la rutina ya me había llevado al aburrimiento. A veces ponía una silla en la ventana y veía hacia el tianguis. Fue así que aprendí cómo  el señor de la verdura colocaba un imán pequeño en su báscula y no daba el kilo que cobraba. 

El aburrimiento seguía, así que para la semana 5 me cambié de ventana y ahora veía los rosales del patio y desde allí veía a las vecinas barrer su entrada.

Otras veces veía al señor del agua, era un tipo fuerte, cargaba 4 garrafones a la vez, usaba una faja de cuero y siempre que entraba al departamento d-304, ahí vivía doña Chuy.

El tipo tardaba de 10 a 15 minutos en dejar el botellón de agua, al salir ya no traía su faja, incluso salía sin el cinturón y bajaba las escaleras acomodando su camisa. Hubo días en que se subía el cierre al despedirse de doña Chuy.

Fue así que llegué a la semana 6, la última de mis vacaciones espontáneas, la verdad es que durante todo este tiempo solo sentí cansancio, nunca otro malestar. Poco a poco se fue quitando el color amarillo de mi cara y ojos y por fin recuperé mi color natural. 

La última semana descubrí un nuevo placer. Tenía mucho morbo por ver al señor del agua entrando al departamento de doña Chuy, por lo que no me separaba de esa ventana. 

Fue aquella semana que vi a un perro que llegó al edificio, un solovino, como se les llama a los perros callejeros en cualquier barrio pobre. Ese perro era una cruza entre un labrador y un salchicha. Su baja estatura y su cuerpo alargado lo hacían verse extraño cuando corría.

Yo le llamé, Billy, como Billy Idol.

El cruza de salchicha era negro con una mancha en el pecho color blanco. Sus patas eran grandes y tenía la trompa chata. Sin duda un espécimen muy peculiar. En el edificio nadie lo corrió, al contrario, muchos le daban de comer y beber.

A veces le aventaba tortillas. Abría la ventana, le silbaba y Billy corría en círculos cuando escuchaba mi silbido, el cual lo prevenía, pues desde el quinto piso le caerían desde tortillas remojadas en caldo de frijol hasta huesos de pollo.

Luego de salir de la hepatitis regresé a la escuela y Billy me acompañaba un par de cuadras, nunca lo acariciaba, es más ni siquiera le decía por su nombre, era una relación de conveniencia y respeto. Él me acompañaba por dos cuadras y yo le daba un premio a la hora de la comida, esa era toda nuestra relación. 

En pocos meses, Billy se convirtió en el perro de barrio: ese que a todos les mueve la cola, ladra si llega alguien extraño y se pierde por días o semanas, pero siempre regresa. 

Al llegar el invierno, Billy ya era un perro gordo, corría poco y ya no me acompañaba a la escuela, supongo que como en toda relación, ésta se acaba cuando los intereses se pierden y su interés por la comida ya lo encontraba en otro lado. 

A pesar de todo ese perro con cuerpo extraño seguía teniendo mi respeto, era como un pastor para los niños más pequeños del edificio, a los adultos les agradaba por su peculiar aspecto y parecía que moriría de viejo, suponía que al morir sería abono para los rosales, sin embargo, no fue así.

La última vez que lo ví fue un sábado. Hacía mucho calor en el departamento y abrí la ventana que daba al patio. Recordé mis semanas como voyerista y jalé un banco de madera para refrescarme con el aire que tímidamente llegaba hasta esa ventana.

En eso estaba cuando vi correr a Billy desde la calle, era perseguido por los hijos de doña Chuy, Roberto tenía 14 años y Alberto 16. Lo acorralaron en la pared del edificio y lo comenzaron a golpear de una manera salvaje, los tipos lanzaban gritos primitivos. Gritaban y aullaban como si los animales fueran ellos. Golpeaban la panza de Billy con sus botas de construcción, un palo y mitades de tabiques que tomaron de las jardineras.

Corrí hacia mi puerta y bajé corriendo lo más pronto que pude, los cinco pisos se me hicieron diez, la angustia hacía que cada escalón fuera más grande, bajaba de dos en dos escalones mientras les gritaba que lo dejaran. Billy lloraba.

Cuando por fin llegué. Billy estaba con sus ojos abiertos, sin brillo, no se movía, ya no lloraba, los hijos de Doña Chuy corrieron hacia la calle y reían, celebraban el acto. Varios vecinos salieron a ver lo que pasaba, pero era demasiado tarde, el buen Billy tenía abierta la panza, la cabeza llena de cortadas y su cola había dejado de ser un péndulo infinito.

Ahí estaba el perro. Sobre su propia mancha de sangre. Yo no me atreví a levantarlo o moverlo. El señor Fernando, vecino y administrador del edificio, fue por un costal a la tienda y ahí metió al salchicha mestizo que nunca supo que yo lo bauticé como; Billy. El carro de la basura se lo llevó, nadie quiso que lo enterraran en el jardín. 

Siempre tuve la duda de porqué esos tipos lo mataron. Doña Chuy se encerró por un mes en su casa, ya no habría su puerta ni para ver al señor del agua. Tiempo después se mudó y yo también.

 

Mi abuela vio a mi novia

Esta tarde mi abuela despertó lúcida, un poco más de lo normal, fue hacia el sillón y ahí estaba yo, el nieto más latoso que jamás haya cuidado.

Me tocó con sus manos frías y reclamó todas las horas que pasó trabajando, todos los días que no me ve, estaba tan lúcida que sabía que desde hace 5 días no nos veíamos.

No quise explicarle que tuve que pedir un aumento de sueldo porque el gediatra y la enfermera que la cuida son un gasto que no esperaba, por lo tanto dejé que me siguiera reprochando.

Después de contarme cómo había sido su semana, me dijo que le había gustado mi novia… la muchacha que vino ayer era muy sencilla, me gustó para que sea de la familia, yo creo que las personas deberían de ser como ella, dijo mientras sonreía.

Yo bebí un poco de agua porque su opinión me dejó la boca un tanto seca, me preguntó su nombre y dijo que aunque era de noche se veía muy bonita…  Yo creo que sí tienen hijos van a ser muy bonitos, chapeados y traviesos como tú jamás había visto una sonrisa tan auténtica. Las sonrisas de una cara llena de arrugas siempre te tocan el corazón.

Enseguida me dijo que se sentía cansada y tenía que ir a dormir, así que levantó ese cuerpo de 96 años y fue a dormir.

La acompañé a la distancia, siempre me ha causado ansias el verla tambalear al caminar.

Llegó a su cama y me pidió cerrar la puerta, en eso estaba cuando llegó la felicitación… Qué bueno que ya encontraste a una mujer, así, sencilla, así es como tienen que ser las personas… Nos hacemos grandes y siempre necesitamos quien nos dé café o nos caliente la mano…

Y ahí acabó la visita con mi abuela, hace meses fue diagnosticada con demencia, luego le detectaron un problema de tiroides lo que aumenta sus crisis, hoy le controlan ambos padecimientos.

Hasta hace algunas semanas no reconocía a nadie, hoy ya me dice por mi nombre aunque no sé si esté mejorando, porque yo ayer no estuve en mi casa, ni mucho menos le presenté a una novia.

Obviamente no le quité el gusto que le dio saber que ya había encontrado a alguien con quién calentar mis manos, el doctor dijo que la demencia la regresa  a vivir partes de su vida que la marcaron, también dijo el doc que puede sacar deseos reprimidos… Vayan ustedes a saber qué fue este lapsus, pero al menos mi abuela vio a mi novia.


Cuando iba en primero de primaria era el niño más travieso de todo el salón. Recuerdo que una tarde salí de la escuela y me esperaba “La Pacha” en las jardineras, vi que traía una bolsa de mandado y me molesté porque significaba que iríamos a comprar carne, para su taquería.

Los impulsos nunca los he podido controlar, sobre todos los que son referentes al enojo, así que al llegar con ella yo ya tenía cara de enojado y no le hablé.

Me quiso dar un beso y quité mi frente, yo quería ir a ver C bear y Jamal en el Canal 7 y ella me llevaría a dar una vuelta a un mercado que olía a humedad y verdura echada a perder. 

El enojo me duró todo el camino, estando a una cuadra de mi casa había unas protecciones de metal que estaban rotas, eran cuadradas, grandes y de metal, algunas de ellas estaban rotas y yo me pasé por enmedio de ellas para cortar camino, La pacha quiso alcanzarme y también se pasó por las rejas rotas, pero tropezó y cayó de rodillas, una de sus piernas sangraba y se quitaba el hilo de sangre con los dedos.

Yo estaba ahí con miedo, miraba su rodilla sangrando y la bolsa de la carne tirada a mitad de la Avenida Francisco del Paso y Troncoso. Los jitomates rodaron hasta la mitad de la avenida, fui hacia mi abuelita y quise levantarla, pero esa señora siempre ha sido un roble y se levantó sola, con 65 años sobre sus piernas, se levantó como si nada

Al llegar a la casa ya estaba por terminar Garfield, pero comenzaría Taz-Manía aunque mi mi atención estaba en la rodilla de La Pacha, pues seguía sangrando, recuerdo que puso merthiolate en su herida y no hizo gestos.

El Pacho, hijo de La Pacha, llegaría con Helen, Nuera de La Pacha, en un par de horas y la angustia de saber que habría regaño, castigo y por supuesto un correctivo físico me hacía ver la tele mecánicamente.

La Pacha preparó la comida como lo hizo durante muchos años. Me senté en la mesa y comí arroz rojo con un plátano encima, me dio más arroz pero esta vez venía acompañado de un huevo tierno, que no terminó de coserse, tal como me gustaba.

En tanto, llegó El Pacho a casa y puso su saco en la silla donde siempre se sentaba para comer, fue a la cocina a saludar a su mamá y salió en menos de 10 segundos amenazando con pegarme si yo había provocado que La Pacha se cayera, obvio que me comencé a alejar de su humanidad mientras mi abuela salía de la cocina diciendo que ella había tenido la culpa por caminar tan rápido. Carlo me ayudó a levantarme dijo y yo respondí, sí, estuvo fuerte.

Mamá y papá sabían que el encubrimiento estaba frente a sus ojos, pero no podían hacer nada porque mi abuelita no me entregaría como el criminal que era, al menos no esa tarde, así que con la tarde salvada una vez más pude seguir viendo Cuentos desde la cripta. 

Desde ese día acompañaba a La Pacha al mercado cada que lo necesitaba, siempre me he preguntado cómo le hacía para cargar 4 kilos de suadero, 3 kilos de jitomate, 4 kilos de tortilla en una mano y en la otra sujetaba a un niño flojo que en cada esquina se sentaba porque se cansaba de tanto caminar.

Un poco de contexto… 


Prueba de podcast: Buenavista Podcast- Piloto

¿De dónde viene la imaginación?

Ciertamente no sé de dónde viene la imaginación. Supongo que a cada quién le viene de un lugar y en una manera distinta.

A mi, casi siempre, me llega cuando lo pido, cuando te veo, cuando te recuerdo sentada en mi escritorio, cuando en mis ojos aparecen los tuyos, cuando eso pasa, sé que la imaginación llegó y puedo utilizarla.

A veces la imaginación viene de las personas que me rodean, de las frases que esa gente dice, de sus gestos y las innumerables formas que tienen para reírse, de la felicidad también nace.  Sigue leyendo

Hay que sacarle provecho a la cara de borracho | LPTP

Ojalá tuviera la cantidad de mujeres que dicen que tengo, ojalá bebiera lo que dicen que bebo, si tuviera la felicidad que reflejo; estaría en paz.

Tenoch C.

Cuando las personas me miran, no ven a un alcohólico, ven a un tipo que bebe cada viernes, que conquista mujeres en los bares, que nada más “tiene cara de borracho”.

Ven a un “periodista” que cumple con la mayor cualidad que tiene ese oficio: ser un bebedor por convicción. Sigue leyendo